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El suicidio de Janet Kelly (1)

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El suicidio de Janet Kelly. Primera parte: la huelga petrolera.

Creo que fue en 2002, creo que ese fue el año de la muerte de Janet Kelly. Pero, un momento, si mal no recuerdo la huelga general llegó hasta principios de 2003. Entonces pienso que la muerte de Janet Kelly pudo haber ocurrido en 2003. No tengo aquí (en mi exilio voluntario) en este espacio que ocupo temporalmente material alguno para investigar la fecha correcta. Escribo desde un ordenador mas he perdido la conexión a internet que robaba del vecino. No tengo acceso a la red, por lo tanto. Una consulta rápida en google sería suficiente para encontrar la fecha exacta del suicidio, porque fue suicidio el de la Kelly –como se la nombraba  en su entorno. No quiero repetir que esto es ficción (¿lo es?) y la fecha exacta no es necesaria. Tampoco tengo los 2000 libros que, más o menos, formaban mi biblioteca personal, ni mi enorme hemeroteca (cientos de carpetas llenas de recortes de periódicos, revistas) que hacia el año 92 comenzó a ser enriquecida por la suma de docenas de diskettes llenos de información digital ni mis montañas de papeles con información de todo tipo. Estaba a punto de hablar también de mi colección de CD, cintas y acetatos –robado todo junto con mi equipo fotográfico y los negativos de toda mi vida por los Círculos Bolivarianos de Chávez en Valencia, Estado Carabobo. No quería hablar de esto pues este tema pertenece, de forma explícita, a otro capítulo. Ya lo he mencionado, creo. Pero implícitamente recorre toda la obra. Este libro tercero (que ahora creo tendrá una segunda parte) y los otros tres. Es inevitable que hable de ello pues esta novela no sería posible sin la pérdida, atroz, de mi biblioteca –sobre todo. Yo escribo esta novela obligada. Me lo ordena un imperativo. Me he convertido en novelista (en realidad soy poeta suicida) a raíz de la pérdida de mi biblioteca. Si no escribo este cuarteto de novelas (un propósito verdaderamente titánico) estaría obligada a suicidarme. No tengo otra salida. Tampoco quiero otra salida.

Escribo este testimonio desde Europa dentro de una situación de pobreza y en un otoño invernal sin calefacción. Este año a Europa la recorre una ola de frío. Es duro y amargo el aprendizaje (pero fructífero) para alguien nacido y criado en la abundancia de una tropical Caracas sin estaciones y con un sol que nunca le ha sido mezquino y que siempre ha brillado con generosidad, inmerecida por los habitantes de los muchos valles y cerros que forman la Gran CARACAS de hoy en día. Una ciudad donde robaron y destruyeron también mis diarios, mi correspondencia, mis fotos (lo que había sido “mi vida en fotos”), obras inéditas de todo tipo y perdidas para siempre. Una vida entera, diferente, valiosísima (la revolución mata la humildad, nos permite la vanidad cuando ya nada nos queda). Mis pequeñas obras de arte, mis relojes de colección, mis linternas suizas, mis navajas suizas también (coleccionaba muchas cosas), mis cositas –como las llamaba yo. No me importa el valor monetario. Tal vez hubiera podido quedarme en Venezuela si, al menos, se hubiese salvado la biblioteca. Hay que huir siempre de cualquier lugar donde te hayan despojado de tus libros, de tus escritos. De tus cositas. Mi pisito era aquel lugar lejos del asco que buscaba en alguno de mis poemas del año 89 o 90 y que –imperfecto- habitaba a finales del siglo pasado. Mis plumas. Ahora recuerdo mis plumas. También las coleccionaba. Y mecheros. También mecheros. Pero lo realmente grave fue la pérdida de la biblioteca. Encendedores. Ya me he habituado a los móviles, ordenadores, coches. Celulares, computadoras, carros. La idea de un lugar lejos del asco me la regaló sin saberlo Eduardo Castellanos –en uno de sus poemas en una antología de 1997 (si recuerdo bien) donde también estoy publicada yo. Las cajas de Lectura…

Después de los hechos sucedidos en 2002 (que ya relaté) y que han pasado a la Historia como “un golpe de Estado contra Hugo Chávez”, después, pero ese mismo año, “hicimos” la huelga petrolera, prácticamente una huelga general. La huelga llegó a diciembre y alcanzó a enero. El régimen la fue desmantelando paso a paso, violando todas las leyes del país. Al desmantelarla se desmontaba también el país. La cumbre del desmantelamiento fue la destrucción de PDVSA, Petróleos de Venezuela, S.A. La empresa más grande del país, entonces. Y, para la época, incluida entre las 10 multinacionales más “grandes” del mundo. Uno a uno, Chávez él mismo despidió a todos los empleados de La Industria –como la conocíamos los venezolanos. Comenzó por los cargos más altos y –contra todo pronóstico- se cargó también técnicos medios y obreros. Como ya es costumbre, les advierto que sucedieron más cosas. Pero esto no es un libro de Historia ni una investigación periodística. Esto es, como ya les dije, ficción. Tan sólo los datos son reales. Y Janet Kelly sí se suicidó. Y fue una lástima. Por lo menos para mí. Había sido mi profesora en el IESA y le tenía aprecio.

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El suicidio de Carlos Rangel. Segunda parte.

Carlos Rangel ha sido el único venezolano el único latinoamericano que ha escrito y descrito la verdadera Latinoamérica. Un intelectual de una sola pieza. Cabal. De pies a cabeza. Sus análisis impecables e implacables lo convirtieron en el blanco de toda la izquierda no pensante latinoamericana. Carlos Rangel ha sido el único que ha escrito LA VERDAD. Una verdad irrefutable. Es el autor del clásico de la politología latinoamericana Del buen salvaje al buen revolucionario (la primera edición data de 1976). Libro lúcido y valiente. Producto de la investigación científica seria y libre de prejuicios. Esta es su obra más reputada. Por supuesto, Venezuela ya no re-edita la obra de Carlos Rangel. Sin duda se habrá convertido post mortem en un contra-revolucionario. Afortunadamente esta obra ha sido re-editada recientemente en España. E imagino que también estará (o debería estar) en el catálogo de El Fondo de Cultura Económica, la prestigiosa editorial del Estado mexicano.

Carlos Rangel es a Eduardo Galeano lo que el ensayo culto, valiente, analítico, inteligente y desprejuiciado es al panfleto. Lamento que el panfleto sea más conocido. Suele suceder. Siempre sucede. Por cierto, la única vez que fui a casa de Rodrigo observé en su habitación un cartel un poster gigante del Che Guevara, la eterna foto de Korda. Entonces supe por qué calificó de “hijo de puta” a Carlos Rangel. Su habitación estaba repleta de todo lo que un “niño” de 25 años pueda soñar: minicomponente, ordenador, una pecera gigantesca. Todo lujo. Poco tiempo después de los saqueos caraqueños del año 89, Rodrigo y su madre “huyeron” despavoridos y se instalaron en Madrid. Me pregunto si llevaban en el equipaje la fotito de Korda…

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EL DIARIO DE CONCHA. PARTE (2) DE LA BIOGRAFÍA DE ALEJANDRA PIZARNIK ESCRITA POR CRISTINA PIÑA Y LEÍDA POR CONCHA SEIJAS.

La parte 2 de la lectura de la Biografía de Alejandra Pizarnik. Escrita por Cristina Piña y comentada por Concha Seijas. Por YouTube:

http://www.youtube.com/watch?v=BKCexW32f7E&feature=youtu.be

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EL DIARIO DE CONCHA; 05.05.2012; 3:47 am; Un texto sobre MARTHA KORNBLITH, publicado en mi primer blog (2006) y hoy rescatado del cyber-espacio: ACERCA DE LA POESÍA Y EL SUICIDIO.

Este texto es de 2006. Lo publico sin re-editarlo. Tiene algunos fallos en la redacción. Pertenece a un blog que se me había perdido en el cyber-espacio. Fue mi primer blog.

Acerca de la poesía y el suicidio, tema recurrente…                            

 …aunque admirada de mi misma debo confesar (más bien, comunicar) que ya no soy poeta-suicida. Algo que ni siquiera me había planteado lograr pues lo consideraba imposible después de años, décadas, toda una vida, esquivando a duras penas el suicidio. Después sobretodo de los eventos terribles ocurridos en mi vida a partir de diciembre de 1999 parecía inefable, inevitable; incluso obligado, el suicidio. Pero aquí estoy, en España, después de más de 10 meses de haber abandonado Venezuela para siempre (el «para-siempre» es, por ahora, de 10 años a 15 como mínimo antes de volver a ver el Ávila) con un pasado que incluye haber sido casi desde que nací poeta-suicida y no serlo más: ciertamente un privilegio. Un privilegio conquistado a pulso, trabajado; pues la condición de poeta-suicida «en presente» es un privilegio gratuito (aunque agradecido enormemente; recuerden a Freud (cito de memoria): «…el poeta, esa personalidad singularísima…» … y escasísima, agregaría yo (esa condición de «elegido»). Freud aquí se refiere al «poeta-suicida» obviamente para los entendidos-elegidos). El haber sido un poeta-suicida y ya no serlo más -sin obviamente haberse degradado a nivel de alma y siguiendo vivo y con ganas de vivir- es un logro mayúsculo producto de un esfuerzo y una voluntad titánicas, amén de mi consabida disciplina. Esta reflexión se debe al siguiente texto que copio abajo extraído de una página web (ya lo había leído en su momento) y que se refiere a mi amiga y poeta-suicida y suicidada, Martha Kornblith. Hoy, Martha, no sabes como lamento tu muerte por mano propia. Y debo, Martha Kornblith, recitarte un lugar común (perdóname): la vida es bella y tú podías haber sido feliz. Debo confesar que dejé abandonados en Caracas tus 3 libros (de cada uno poseía más de un ejemplar pues los obsequiaba a las almas hermosas e inteligentes -que son pocas): Oraciones para un Dios ausente (que tuve el placer de leer en todas sus primeras «versiones», en tus cuartillas escritas con una viejísima máquina de escribir; gracias por escogerme para leer tus maravillas inéditas y recién «salidas del horno») que inicialmente llevaría como título Poemas a la muerte de mi madre (y que el prejuicio editorial de alguien te llevó a abandonar un título adecuadísimo para el contenido del libro pero no para cierta editorial tercermundista -Monteávila). Por cierto, este dato y otros casi nadie los posee porque, lamento decirte, Martha, que desde que te lanzaste de aquel quinto piso para convertirte en un amasijo de carne y concreto medio mundo se anda declarando amigo tuyo, conocido tuyo, (ex)amante tuyo (y, tú, desde la tumba, ya no puedes «reservarte el derecho de admisión a tu vida» parafraseando un verso tuyo que la mayoría de tus jamás amigos, amantes, conocidos y etcéteras, tal vez, no conozcan). Y tú, Martha, que prácticamente no tenías (por elección propia) amigos. Suicidarse, siendo genial y joven (y bella…, y judía.., y millonaria…) , produce estas consecuencias muy a menudo. No sé si las sopesaste. Las consecuencias «positivas» (traducción instantánea de tu obra a varios idiomas, re-ediciones, etc., fama mundial, presencia en antologías múltiples) de tu suicidio temprano, no me cabe la más mínima duda, las sabías de sobra. Y para ser sincera, las negativas, también. Pues, Martha, ni quiero subestimar tu desgarradora y brutal inteligencia ni, tampoco, la mía. También dejé tus otros dos libros publicados: Sesión de Endodoncia y El Perdedor se lo lleva todo. Este último, más que genial (póstumo) y cruel, cínico a más no poder, valiente, exclusivo y absolutamente desconsiderado para con tu familia y amigos. Pero así tenía que ser: es una obra de arte magistral. Leerlo la primera vez fue una experiencia emocional durísima y, al mismo tiempo, me quedé pasmada de tanto talento, de tanta inteligencia brutal y, sobretodo, de tanto valor. Abandoné tus libros, Martha, pues al abordar el avión rumbo a un exilio voluntario en Europa, pretendía en primer lugar sobrevivir, no matarme, «medianizarme» (en el significado que Heidegger le da al término «mediano»). No quería llevar conmigo «herramientas materiales» para la muerte. No obstante, Martha, me los sé (los 3) de memoria. Y tengo aquí en España conmigo poemas inéditos tuyos que jamás han sido publicados. Y no lo serán, pues -que yo sepa- no era tu voluntad (no sé si alguien más posee este material).
Transcribo el siguiente artículo que procede de otra página web:
«La elección de Kornblith: Hastiada de MiedoBlanca Elena PantinEl Universal1 Junio 1997Caracas.- En un momento del día jueves 29 de mayo Martha Kornblith (Lima, Perú, 1959) decidió suicidarse. Algunos supieron la noticia de su muerte por una esquela ubicada en la parte inferior izquierda de la página de obituarios. Fue, leída así, una noticia brutal. Poeta, autora de los libros Oraciones para un dios ausente (colección Las formas del fuego. Monte Avila Editores, 1985), El perdedor se lo lleva todo (Pequeña Venecia, en prensa) y Sesión de endodoncia (Inédito, de próxima edición bajo el sello de Vitrales de Alejandría), Kornblith perteneció al grupo Eclepsidra junto con Israel Centeno, Carmen Verde, Abraham Abraham, Fernando Scorcia, Iván Crespo, Miguel Angel de Lima, María Milagros Pérez y José Luis Ochoa.Formada en los talleres de poesía del Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos, Kornblith participó _al igual que la mayoría de los miembros de Eclepsidra_ en el taller que dirigió Rafael Arráiz Lucca entre 1990 y 1994, primero en la sede de la Galería de Arte Nacional y luego en la casa de Monte Avila Editores cuando el autor de Pesadumbre de Bridgetown era director del sello de La Castellana: ‘Hacia Rafael nos unen lazos afectivos y un reconocimiento a su obra poética y gerencial pero eso no quiere decir que dependamos de él. En el plano estético nos sentimos más cercanos a Terrenos pero nunca a Balizaje. Rafael no ha fungido de pope. El taller lo dirigimos todos’, declararon en 1994 cuando anunciaron públicamente el nacimiento del grupo. Poco después el taller se disgregó y Eclepsidra sufrió una escisión con dos brazos principales. Uno liderado por Israel Centeno y el segundo por Carmen Verde. El primero asumió la dirección de la colección de narrativa del Grupo Editorial Eclepsidra (luego se independizaría definitivamente bajo el nombre de Memorias de Altagracia) y Verde colección de poesía (Vitrales de Alejandría).Libro desesperanzado y doloroso. Oraciones para un dios ausente anticipa la trágica determinación de Kornblith. En uno de los poemas trata de enfrentar la sentencia de Adorno sobre la imposibilidad de escribir después de Auschwitz. A la sentencia del filósofo opone la visión de Gunter Grass: ‘Tienes que utilizar ese traje/una vez y otra/y no llevar nunca un traje nuevo. Tienes que vivir de la orina/de los riñones mal lavados’. Todo eso recordó Kornblith cuando iba a escribir un poema. Y escribió entonces el suyo: No había sobre qué decir, salvo las tertulias del hambre la imposibilidad de abstraer. Había que andar con el lápiz bien afilado. Y escribir: no escribas poesía ni envidies la seda de las sinagogas. Lo digo hoy hastiada de miedo. Hastiada de miedo como Miyó Vestrini, como Silvia Plath, como Alfonsina Storni, como Alejandra Pizarcick, hastiada de miedo, Martha Kornblith decidió su muerte.» (Blanca Elena Pantin, El Universal, 1 Junio 1997

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